martes, 31 de mayo de 2011

Becerrillo

Los animales han sido utilizados en la guerra desde tiempos inmemoriales y todos conocemos algún caso. En este mismo blog, hablamos en una ocasión sobre el sargento Gander, un perro que destacó por su heroísmo durante la Segunda Guerra Mundial, pero hoy vamos a dedicar unos minutos a revisar la historia de uno de los perros de guerra más determinantes durante la Conquista de América: Becerrillo.

Becerrillo era un Alano Español que, como el resto de sus congéneres, fue adiestrado en la isla caribeña de La Española. En dicha isla, militares destinados a tal fin seleccionaban a los mejores ejemplares y los entrenaban para convertirlos en auténticas máquinas de matar. Nuestro protagonista consigue destacar entre los demás debido a su descomunal tamaño y a su fiereza, cualidades gracias a las que es escogido por el conquistador Diego de Salazar, quién lo convertirá en su compañero inseparable durante su andanza por las Américas.

Alano Español
Según cuentan las crónicas, Becerrillo tenía unas mandíbulas poderosas cuajadas de dientes que eran capaces de arrancar el brazo de un adulto sin mayores complicaciones y era mortal de necesidad en combate. Su ferocidad en el campo de batalla se convirtió en legendaria, pero también se le daba uso como perro de presa para cazar a los indios que trataban de huir, limitándose a arrastrarlos hasta las posiciones aliadas siempre y cuando no opusieran resistencia (si la oponían, bueno, podéis imaginar lo que pasaba).
Además de todas estas cualidades, Becerrillo tenía la capacidad de diferenciar entre los indios aliados y los que no lo eran y no dudaba en arriesgar su propia vida una vez tras otra si con eso podía salvar la de otros. Esto le valió ración doble de comida fija (comía mejor que los propios soldados) y un sueldo equivalente al de un ballestero que debía ser destinado a su manutención.

Tras largos años de continua guerra en el ejército, Becerrillo es relevado del servicio y destinado, junto a su amo, Diego de Salazar, a la hacienda del conquistador Pedro Mejía, donde esperan incorporarse al cuerpo de guardia comandado por Sancho de Aragón y poder descansar... pero, como ocurre a menudo, las cosas no salieron exactamente como las habían planeado.

Cierto día, los indios caribe asaltaron la hacienda, matando a todos sus ocupantes salvo a Sancho de Aragón, quien fue secuestrado y llevado hacia el río. Becerrillo no dudó en salir tras los indios, liberando a dentelladas a Sancho y poniendo en fuga a los indios que no habían muerto en el ataque. Estos, viéndose indefensos, se subieron a sus canoas y empezaron a lanzar flechas envenenadas para cubrir su retaguardia mientras huían... una de esas flechas impactó en el costado de Becerrillo.

Sus compañeros de armas encontraron el cadáver del perro junto al río. Por los servicios prestados a la Patria, decidieron enterrarlo con honores; pero lo hicieron en lugar desconocido y continuaron asustando a los indios con la presencia de Becerrillo hasta que estos se enteraron de que había muerto años antes.

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