viernes, 20 de mayo de 2011

El cautiverio de Cabrera

Hoy vamos a hablar de uno de los episodios más negros de la historia de España, uno de esos sucesos... incómodos de recordar. Pongámonos en situación.

Andalucía, Julio de 1808. En plena Guerra de Independencia, estalla en Bailén una batalla que durante cuatro días con sus noches enfrentaría a un ejército de unos 24500 franceses al mando del general Dupont con otro formado por alrededor de 30000 españoles comandados por el general Castaños.
El combate se zanja con un saldo de 2500 muertos y 1100 heridos entre franceses y españoles, arrojando un resultado favorable para el general Castaños, quien hace prisioneros a 18000 galos que depusieron sus armas ignorantes del destino que les esperaba.

Rendición de Bailén
Los cautivos de mayor rango, como el general Dupont y su estado mayor, fueron devueltos a Francia y cesados de sus cargos por Napoleón. Los  de menor importancia corrieron suertes dispares: mientras que 4000 de ellos fueron deportados a las Islas Canarias, donde se integraron con la población local, la inmensa mayoría (unos 9000) se destinaron a un intercambio de prisioneros que nunca llegaría a producirse.

El día 9 de Abril de 1809, el trueque se demostró imposible y los galos iniciaron una travesía marcada por el hacinamiento y la disentería que los llevaría desde la bahía de Cádiz hasta la deshabitada isla de Cabrera.

Al principio de su cautiverio, los franceses eran abastecidos por mar desde Mallorca cada 4 días con lo indispensable para sobrevivir hasta el siguiente envío. En uno de aquellos viajes, una tempestad retrasó el envío y, al llegar a Cabrera, los franceses intentaron tomar el barco por la fuerza, lo que provocó que el armador del barco de suministros se negara a volver a atracar en la isla, dejando a los prisioneros sin sustento durante los dos meses que el gobierno central tardó en encontrar un sustituto.
Los oficiales de mayor rango entre los reclusos trataron de mantener el orden racionando la poca comida de la que disponían pero, cuando los víveres se acabaron e incluso el agua potable empezó a escasear, lo desesperado de su situación se reveló en toda su crudeza.

La isla de Cabrera era, en aquella época, un páramo semidesértico en el que la fauna brillaba por su ausencia y la flora era en su mayor parte venenosa. Los soldados franceses, ya mermados por la falta de alimento empezaron también a enfermar debido al consumo de agua de mar, lo que provocó que el cólera y la disentería se instalaran entre ellos mermando sus filas.

Isla de Cabrera
Se produjeron divisiones entre los distintos grupos que poblaban las islas y, mientras que el grupo formado por los oficiales trataba de mantener una sociedad tan civilizada como fuera humanamente posible en aquellas circunstancias, la soldadesca se agrupó en otros clanes con mayor o menor organización; entre ellos el de los conocidos como "robinsones", que trataban de sobrevivir con lo que obtenían del mar, y el de los "tártaros", formado por enfermos y locos que vivían en la cueva del mismo nombre.

Los episodios de canibalismo y coprofagia aumentaban exponencialmente sobre todo entre el grupo recluído en la cueva, llegando a ser tal la desesperación de los soldados que, cuando se produjo el restablecimiento de los envíos de provisiones, la mayoría de los prisioneros habían muerto o se encontraban al límite de sus fuerzas.

Cuando comenzó el reabastecimiento, cundió una especie de "sentimiento humanitario" mediante el que los captores trasladaban hasta el hospital de Mallorca a los cautivos que se encontraban en peor estado sólo para devolverlos a Cabrera en cuanto mostraban algún signo de mejoría. El problema era que los franceses que volvían a la isla relataban a sus compañeros lo bien que les habían tratado y lo mucho que habían comido durante su convalecencia, lo que provocó que el resto de presos se provocaran horribles automutilaciones o se despeñaran por un barranco tratando de ser, a su vez, hospitalizados. Finalmente, este comportamiento fue suprimido y los viajes al hospital se interrumpieron súbitamente.

Cueva de los Tártaros
Pasaba el tiempo y, animados por los nuevos envíos de suministros, los franceses empezaban a establecerse en la isla construyendo rudimentarios edificios e incluso mercados en los que comerciaban con la escasa comida y agua dulce que les llegaba en los barcos procedentes de Mallorca.
A Cabrera llegaban constantemente nuevos prisioneros capturados en las Guerras Napoleónicas, pero el hacinamiento no suponía un problema en la isla y los primeros cautivos habían muerto o se habían establecido llegando a formar un conato de sociedad en la que todo el mundo sobrevivía. Los víveres eran escasos y de pésima calidad pero, puesto que la población de la isla se mantenía en precario equilibrio entre los que morían y los que llegaban, los galos se sustentaban como buenamente podían.

En el año 1814, cuando la Guerra de Independencia llegó a su fin, los presos de Cabrera fueron devueltos a Francia.
De cada cuatro hombres, tres habían muerto. Sólo sobrevivieron 3600 soldados anémicos y enfermizos en cuya memoria se erigió un monolito que aún hoy perdura como recuerdo imborrable y acusatorio del horror que asoló la isla a principios del siglo XIX.

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