viernes, 29 de julio de 2011

El milagro de Empel

En esta entrada, vamos a adentarnos una vez más en ese cenagoso territorio que cabalga a medio camino entre la historia y la leyenda. El acontecimiento que nos ocupa se encuadra en el contexto de la Guerra de Flandes, concretamente durante el mes de diciembre de 1585.

Bandera de los tercios
El tercio de Bobadilla se encuentra aislado en la isla de Bommel, situada entre los ríos Mosa y Waal y completamente rodeada por las tropas holandesas del almirante Holak. El cerco se va estrechando día a día hasta que el día 7 de diciembre, sabiendo que a los españoles hace tiempo que no les quedan víveres, el almirante holandés ofrece una rendición honrosa al Maestre Bobadilla... pero Holak no contaba con que la respuesta iba a ser: "Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación después de muertos".
Enfadado por la respuesta de Bobadilla, Holak abre los diques de ambos ríos y el campamento queda rápidamente inundado. El único retazo de tierra firme que sobresale por encima de las aguas es el montecillo de Empel, en el que se atrincheran los soldados del tercio, dispuestos a presentar batalla y a morir allí si es menester.
A lo largo de aquel frío 7 de diciembre, las tropas holandesas hacen llegar hasta Empel una flotilla de 100 barcos de poco calado que les permiten estrechar aún más el cerco y rodear el promontorio por todos los flancos.

La tarde cae, la tropa española está rodeada y los soldados de Holak aguardan en las barcazas el amanecer del día siguiente para emprender la ofensiva que acabe con el tercio de Bobadilla. Para los holandeses, la suerte está echada... pero los españoles piensan que la última palabra aún no ha sido dicha.

Los soldados de Bobadilla empiezan a cavar trincheras por toda la superficie del pequeño monte y a barricar los bordes de las mismas con todo lo que tienen a mano. En medio de estos trabajos, un soldado golpea algo duro con su pala de trinchera y, al extraerlo del suelo embarrado, comprueba que se trata de una pequeña pintura (o una talla, según la fuente que se consulte) que representa a la Inmaculada Concepción.

Soldados de tercio
Informado del hallazgo por sus hombres, Bobadilla ordena instalar un pequeño altar en el centro de Empel y aconseja al tercio que se encomiende a su protección, por lo que los soldados entonan una oración ante la imagen de la virgen antes de irse a descansar.
En un momento dado de la noche, los soldados de guadia empiezan a notar como se levanta un viento inusualmente frío y advierten que las aguas que rodean el campamento están empezando a congelarse. Sin dudarlo ni un momento, empiezan a despertar a sus compañeros y emprenden una encamisada en toda regla.
Caminando sobre la capa de hielo que cubre las aguas del río, los soldados del tercio de Bobadilla escalan uno a uno los barcos holandeses y pasan a cuchillo a sus ocupantes, degollándolos mientras duermen gracias a que Holak se había confiado y había decidido no dejar vigías.
El propio almirante holandés manifestaría después su estupor con la famosa frase: "Tal parece que Dios es español al obrar, para mí, tan grande milagro".

En la mañana de aquel  día 8 de diciembre de 1585, con los cadáveres de la flota holandesa aún flotando en el agua alrededor de Empel, la Inmaculada Concepción fue proclamada patrona de los tercios de Flandes e Italia.

martes, 26 de julio de 2011

La batalla de Cannae

Nos situamos en el año 215 a.C. Aníbal ha cruzado los alpes con su ejército y campa a sus anchas por toda la península itálica, permitiéndose incluso el lujo de rodear Roma en lugar de asaltarla para, de esta manera, asolar el sur de Italia sembrándolo de saqueos, asesinatos y violaciones.
Las invencibles legiones romanas han sufrido ya dos severas derrotas en su propio territorio a manos del cartaginés. La moral está por los suelos y la guerra de desgaste emprendida por el dictador Quinto Fabio Máximo no contribuye a arreglar la situación; así que el senado decide que ha llegado el momento de dar un golpe de mano y destituye a Fabio, nombrando en su lugar a Cayo Terencio Varrón y a Lucio Emilio Paulo.

Aníbal Barca
De esta manera empieza a gestarse la que sería una de las mayores obras de arte de la historia en materia de estrategia.

Normalmente, los problemas militares de Roma se solventaban con un cónsul que comandaba no más de dos legiones (unos 10.000 hombres) pero, en esta ocasión, la amenaza era tan palpable que el senado decidió escoger dos cónsules y poner bajo su mando una fuerza militar formada por nada menos que ocho legiones, que unidas a la caballería aliada y a las tropas auxiliares alcanzaban la nada despreciable cifra de 90.000 soldados.

Aníbal asolaba el sur de Italia, Roma había reunido al mayor ejército de su historia y los cónsules partían con sus tropas al encuentro del caudillo cartaginés.

Por su parte, Aníbal Barca decide tomar la iniciativa y conquista un gran depósito de suministros en la ciudad de Cannae, lo que inquieta a los cónsules romanos al cortar una de sus principales líneas de avituallamiento. Esto propicia que Varrón y Paulo aceleren la marcha para llegar a Cannae dos días después y levantanr su campamento a unos 10 kilómetros de las posiciones cartaginesas.
Por el camino, se produce una escaramuza en el que las tropas romanas vencen a un pequeño contingente cartaginés, lo que llena de confianza a los legionarios y convence a Varrón de que una batalla en campo abierto debería acabar con las pretensiones de Aníbal... pero Paulo es más prudente y reniega del desperdicio de vidas que supondría una batalla campal pues, a pesar de la superioridad numérica de los romanos, el de cartago cuenta con una caballería más numerosa y de mejor calidad.


Formación de una legión
Aníbal, buen conocedor de las costumbres romanas es consciente del estado de ánimo de su enemigo y, además, sabe que si un único ejército es comandado por dos cónsules, estos deberan alternarse diariamente en el mando... por lo que espera al segundo día (en el que Varrón está al mando) para salir a campo abierto y presentar batalla.
El cónsul muerde el anzuelo y se planta en el campo de batalla con sus 90.000 hombres dispuestos en la formación tradicional de las legiones romanas: infantería ligera en primera línea, infantería pesada y lanceros justo detrás de ellos, caballería romana cubriendo el flanco derecho y caballería aliada cubriendo el izquierdo.
Las tropas cartaginesas se colocan en una línea algo más corta que la romana, con las infanterías gala e íbera en el centro. El flanco derecho queda al cuidado de la caballería númida comandada por Hannón mientras que el izquierdo es protegido por unos 6.500 jinetes celtíberos bajo el mando de Asdrúbal.

Las hostilidades comienzan con el río Aufidus protegiendo el flanco izquierdo del ejército cartaginés, al que se le ha ordenado desplegarse mirando hacia el oeste, de manera que el sol de la mañana cegase a los romanos y el viento arrojara nubes de polvo sobre sus caras al acercarse al frente de batalla.

Posiciones iniciales
Los arqueros de Cartago empiezan a lanzar nubes de flechas contra la formación romana al tiempo que los jinetes de Asdrúbal y de Hannón hostigan sus flancos haciendo que los soldados de los extremos se acerquen más hacia el centro e igualando así la longitud de las líneas romanas con las cartaginesas. La caballería romana se demuestra del todo ineficaz y pronto sufre una auténtica masacre a manos de los númidas y los celtíberos que flanquean el frente de Aníbal pero, por el contrario, la infantería avanza con seguridad y el centro de la línea cartaginesa empieza a ceder, desplazándose hacia atrás bajo el empuje de las legiones.

El frente cartaginés va tomando poco a poco la forma de una media luna sobre la que presionan los curtidos veteranos de la infantería pesada romana... pero Aníbal lo tenía todo bajo control. Ordenando la retirada controlada de sus infantes, consigue que el centro del frente se hunda aún más y los romanos se introduzcan en medio del cerco creyendo que están ganando la batalla. Acto seguido, el general de Cartago ordena a los flancos que presionen los extremos de la formación romana e impulsa a la infantería a frenar el retroceso para empujar a los legionarios contra la caballería de Hannón y de Asdrúbal, que llegando por detrás de las líneas de Verrón ha conseguido cerrar el círculo de muerte en el que se han encerrado los romanos.


Maniobra de pinza
Las ocho legiones que el senado ha destinado a Cannae forman una bolsa de resistencia en el corazón del ejército cartaginés, pero los soldados de los flacos van cayendo poco a poco y los soldados se ven  cada vez más empujados hacia el centro de la formación.
El ejército más numeroso que la todopoderosa Roma había logrado reunir en toda su historia es masacrado en los campos del sur de Italia ante la mirada atónita del único cónsul que queda con vida, Verrón, quien no es capaz de entender como han podido llegar a ese punto.

La batalla de Cannae deja un balance de 70.000 muertos y 11.000 prisioneros en el bando romano, lo que provoca que se declare un día entero de luto nacional, ya que no había una sola familia en Roma que no se hubiera visto afectada directamente por la maniobra magistral de Anibal Barca.

viernes, 22 de julio de 2011

Jack Churchill, un arquero en la II Guerra Mundial

Vamos a tratar de llevar a cabo un ejercicio de imaginación. Imagina por un momento que eres un soldado alemán en la Francia ocupada de la II Guerra Mundial.
Estamos en el año 1940 y la invasión va viento en popa. Los aliados han ido retrocediendo cada vez más hasta refugiarse en la playa de Dunkerque, desde donde esperan ser rescatados por el alto mando británico... pero el Führer se ha hartado de esperar y ha ordenado a nuestro pelotón que tome al asalto la playa y acabe con la bolsa de resistencia.

Jack Churchill
El constante bombardeo de la Luftwaffe hace temblar el suelo bajo nuestros pies, los estampidos de la artillería pesada retumban en nuestros oídos reduciendo todos los sonidos a un pitido molesto que se nos clava en el cerebro y la culata de nuestros Mausers golpea con fuerza en el hombro cada vez que apretamos el gatillo. En medio de este infierno, dejamos de disparar apenas un segundo para secarnos el sudor que forma cercos en la máscara de hollín que nos cubre el rostro; justo a tiempo para ver como uno de nuestros compañeros asoma la cabeza por encima del parapeto para controlar las posiciones enemigas e, inmediatamente, cae abatido tras la muralla de sacos terreros.
Nos arrastramos hasta su cuerpo inerte intentando ayudarle sólo para descubrir que su cuello ha sido atravesado... por una flecha.
Con las manos temblorosas, amartillamos el cerrojo de nuestra carabina y asomamos mínimamente la vista por encima de la barricada. Justo en ese momento, el filo de una espada golpea el puente de nuestra nariz y todo se vuelve negro.

Jack Churchill nació en Hong Kong en 1906 y se alistó en el ejército británico al cumplir los 20 años, pero su carácter excéntrico y el hecho de que gastara más de la mitad de sus horas de servicio en aprender a tocar la gaita hicieron que dejase de lado la vida militar 10 años después para convertirse en editor de un periódico. En 1939, representó a su país en el Campeonato Mundial de Tiro con Arco celebrado en Oslo y, justo después de esta competición, volvió a reengancharse al ejército británico ante el peligro que significaba la incipiente expansión alemana.

Desembarcando espada en mano
El "Loco Mad", como era conocido por sus hombres, fue especialmente hábil en las acciones de comando. Su principal estrategia consistía en acercarse silenciosamente al enemigo y abatir a los oficiales antes de ser detectado, pero no tenía reparos en lanzarse espada en mano contra las baterías de artillería enemigas si era menester (como hizo en diciembre de 1941 en la Noruega ocupada).
Su operación más brillante llegó en otoño del año 1943 con la toma nocturna de Piegoletti, en Italia. Armado únicamente con su espada, consiguió infiltrarse en el pueblo para capturar a 136 soldados alemanes sin disparar ni una sola bala.
Jack Churchill fue capturado en Yulgoslavia en el año 1944. Tras quedar aislado junto con el pelotón que comandaba, se puso a tocar la gaita para desafiar a los alemanes y levantar la moral de sus tropas... pero el sonido delató su posición, una granada estalló cerca de él y quedó inconsciente. Al despertar, había sido capturado por los nazis y estaba siendo trasladado al campo de concentración de Sachsenhausen.

Una vez en el campo, trabó amistad con otros veteranos capturados, junto a los que cavó un túnel por debajo de los muros que les serviría para escapar hasta que, 14 días después, la Gestapo volvió a capturarlos con orden de ejecutar a cada uno de los huídos. El capitán nazi encargado de la  ejecución de Churchill conocía las hazañas protagonizadas por el "loco mad" y, en base al honor, se negó a ejecutar la orden y dejó escapar a Churchill, quien volvió a alcanzar las posiciones británicas y siguió sirviendo en infantería hasta que,  al final de la guerra y ya con 40 años, se enroló en la brigada paracaidista.
Jack Churchill murió en 1996 en su casa de Surrey, al sudeste de inglaterra. Antes de exalar su último aliento, aún tuvo tiempo para dedicar unas palabras de agradecimiento al oficial nazi que se negó a ejecutarle en el campo de Sachsenhausen.

martes, 19 de julio de 2011

Una ametralladora en el siglo III a.C.

De todos es sabido que los chinos han contribuido tanto a la historia militar como a la civil con numerosos inventos, entre ellos el que hoy nos ocupa: el chu ko nu, la primera ballesta de repetición de la historia.


Chu ko nu (funcionamiento)
Su invención se atribuye al estratega militar Zhuge Liang y fue concebida como un arma portátil y ligera que se disparaba desde la cadera, lo que le restaba bastante precisión. Si bien la posición de disparo no era ni mucho menos la idónea, este matiz no tenía demasiada importancia cuando, gracias a su novedoso diseño, el chu ko nu podía lanzar otra saeta en menos de un segundo.
La ballesta china de repetición fue usada hasta finales del siglo XIX sin sufrir apenas modificaciones sobre su diseño original, que consistía en una ballesta de mano con un cargador anclado sobre el carril y una palanca que permitía realizar en un sólo movimiento las acciones de tensar, cargar y disparar.

Gracias al cargador que incorporaba y a su sistema de disparo, el chu ko nu podía mantener una cadencia de diez disparos cada quince segundos mientras que una ballesta de cabestrante sólo era capar de lanzar una saeta en el mismo tiempo.
La velocidad de disparo tenía sus contraprestaciones en la falta de precisión y en la escasa eficacia de sus flechas contra regimientos de combate pesados, pero los chinos también supieron solventar este problema: envenenaron la punta de las saetas de modo que una mínima herida pudiera provocar la muerte o la incapacidad del enemigo en cuestión de minutos. De este modo, si un regimiento de ballesteros cubría a su infantería antes de una batalla, el contingente enemigo veía caer sobre su posición una lluvia de flechas envenenadas que, literalmente, oscurecían el cielo.

Ballesta de repetición pesada
Si un sólo ballestero era capaz de poner diez venablos en el cielo en unos quince segundos, tratad de imaginar la magnitud que tendría la descarga provocada por un regimiento de, por ejemplo, 50 ballesteros armados con chu ko nu y disparando un total de 2.000 flechas por minuto.

Esta ballesta de repetición fue modificada a lo largo de la historia derivando hacia versiones de mayor tamaño, como las balistas de repetición, utilizadas por última vez en la Primera Guerra Sino-Japonesa (1894-1895) y consideradas como las precursoras de la celebérrima ametralladora Gatling.

viernes, 15 de julio de 2011

De lanzas y grebas

Los hoplitas fueron los auténticos dominadores de la península helénica durante nada menos que cuatro siglos. Las falanges eran formaciones acorazadas, brutales y erizadas de lanzas que campaban a sus anchas por la antigua Grecia para mayor gloria de sus ciudades estado pero, ¿qué las hacía tan eficaces?

Hoplita griego
Empezaremos centrándonos en su impedimenta, en la que se embutían poco antes de la batalla ya que el peso de la armadura completa oscilaba entre los 22 y los 27 kilogramos. El atuendo de combate variaba de un hoplita a otro debido a que no existía un uniforme estándar y a que cada soldado se tenía que costear su propio equipo, que en muchas ocasiones heredaban de sus padres o abuelos pero, básicamente, se componía de una coraza que reproducía los músculos del torso, un casco y unas grebas que protegían desde la rodilla hasta el tobillo, todo ello de bronce.
Completaban el equipamiento con un escudo redondo de madera o bronce de un metro de diámetro que cubría desde el mentón hasta la rodilla, una lanza de unos dos metros y medio de longitud y una espada corta que sólo utilizaban como arma secundaria en caso de que la lanza se quebrase.

Pero el éxito de los hoplitas no se basaba únicamente en su armamento.

La formación de combate de una falange se conformaba con los soldados colocados en línea. De esta manera, los bordes de los escudos se superponían unos a otros de manera que cada uno defendiera el lado izquierdo de su dueño y, además, el lado derecho de su vecino; lo que derivaba en una formación cerrada y completamente acorazada con lanzas de dos metros y medio saliendo por encima o por debajo de la línea de escudos.
Las batallas campales en la Grecia del siglo VII a.C. consitían de esta manera en dos falanges cerradas alanceandose la una a la otra mientras los hombres más capaces de cada bando trataban de explotar el único punto débil que, a priori, tenía su enemigo: el flanco derecho.

Armadura hoplita
Como hemos dicho, el escudo de un metro de diámetro de un hoplita debía protegerlo a él mismo y al compañero que quedaba inmediatamente a su izquierda en la formación, por lo que los hombres que quedaban en el extremo drecho de cada una de las distintas líneas de una falange tenían dos opciones: o bien se ocupaban sólo de cubrirse a sí mismos (dejando a su compañero desprotegido y, por tanto, rompiendo la formación), o bien quedaban protegidos sólo a medias y, por ende, más expuestos a los ataques enemigos.
Es por esto que el comandante al mando de cada falange colocaba en los flancos a sus soldados más preparados y a aquellos que más posibilidades tuvieran de repeler una más que posible ofensiva lateral. Además, un instructor veterano era destinado a la retaguardia para mantener el orden y la disciplina dentro de la falange.

Con estos datos, podemos deducir que el éxito de los hoplitas y, por consiguiente, de la formación de falange en la Grecia clásica se debió a su armamento y a lo impenetrable de su formación... pero aún hemos de tener en cuenta un par de factores más.

Greba
En primer lugar, el entrenamiento constante convertía el cuerpo de cada hoplita en una contundente máquina de matar y le otorgaba a la falange habilidades como la de avanzar en diagonal sin perder la formación.
Por otro lado, la disciplina era un factor determinante, ya que en aquella época la retirada era considerada una deshonra y los soldados preferían la muerte a la pérdida del honor.

En base a estos datos podemos determinar que la supremacía de los hoplitas durante cuatro siglos no se debe a un sólo factor, sino a una combinación perfectamente equilibrada de elementos que lograban hacer de cada soldado de la falange un cuerpo autónomo y mortal de necesidad.

martes, 12 de julio de 2011

La batalla de Karánsebes

Actual Rumanía, 17 de septiembre de 1788. El imperio austriaco está en guerra con el imperio otomano y un ejército de 100.000 hombres marcha hacia la ciudad fronteriza de Karánsebes con la intención de acampar allí.
Hasta aquí todo bien. A partir de este momento es cuando empiezan los despropósitos.

Karánsebes
En primer lugar, sólo una mínima parte de la tropa estaba formada por austriacos: la mayoría de los soldados eran italianos, serbios, húgaros, croatas o rumanos y, por lo tanto, tan sólo unos pocos de aquellos 100.000 hombres hablaban alemán.
En esta tesitura llegan los primeros húsares al lugar convenido para la acampada. Su misión era la de rastrear los alrededores de la ciudad en busca de espías turcos pero, en lugar de eso, deciden comprarle a unos gitanos un cargamento de barriles de aguardiente para bebérselos mientras esperan al resto del contingente.
Un tiempo después, el primer contingente de infantería se presenta en Karánsebes y, viendo la fiesta que tienen montada los húsares, reclaman su correspondiente trago de aguardiente... pero, a estas alturas, los exploradores ya están bastante borrachos y se niegan a compartir su licor. Ante la mirada incrédula de la infantería, los húsares levantan una barricada en torno a los barriles y se atrincheran alrededor del aguardiente.
Pero los soldados de a pie no están ni mucho menos dispuestos a rendirse tan fácilmente. Sintiéndose insultados por la actitud de los húsares, dan inicio a una pelea que culmina con un disparo al aire. Ahora empieza lo bueno.

Húsares
Con el olor a pólvora aún flotando en el aire, los contingentes de apoyo rumanos se ponen nerviosos al creer que el disparo lo ha realizado un tirador turco y empiezan a gritar "¡turcos, turcos!". Los húsares salen huyendo, la infantería se desbanda y los oficiales empiezan a dar voces intentando poner fin de una vez por todas a aquella situación... pero en aquel campamento casi nadie hablaba alemán. Cuando los oficiales gritan "halt" (alto en alemán), la soldadesca entiende "Alá" y, justo en ese momento, empieza el espectáculo: los rumanos abren fuego contra los italianos quienes, a su vez, disparan sobre los húngaros que se están batiendo el cobre con los serbios. Todos pelean contra todos con la firme creencia de que el contingente al que están disparando está formado por soldados turcos.

Un grupo de tropas de caballería que llegaba al punto de reunión vió a los húsares dando vueltas alrededor del maremágnum en el que se había convertido el campamento y su oficial al mando, creyendo que no podía tratarse sino de un ataque otomano, ordenó una carga al galope sable en mano... pero un cuerpo de artillería que llegaba por otra colina vió el movimiento y, pensando que se trataba de un asalto turco, descargó la fusilería sobre sus compañeros.
Después de todo esto, el ejército austriaco se disolvió en pequeñas bandas atrincheradas que disparaban a todo lo que se movía, prolongando el combate durante horas hasta que decidieron huír en desbandada.

Los turcos llegaron a Karánsebes dos días después esperando encontrar un combate contra los austriacos. En su lugar, encontraron 9.000 enemigos muertos.

viernes, 8 de julio de 2011

La espada de los íberos

Ten, cógela. ¿Qué te parece nuestra espada? Equilibrada, ¿verdad? Con ella defendemos nuestros hogares de los invasores romanos y, gracias a su poder de corte, hemos conseguido obligar a los legionarios a forrar de hierro los bordes de sus escudos. Se llama falcata y hoy fabricaremos una.

Falcata (s. IV a.C.)
Lo primero que debemos hacer es desenterrar estas planchas de hierro, que llevan bajo tierra más de dos años preparándose para este momento, y sacudir las partes blandas que, como puedes ver, se han desprendido de la plancha principal.
Ven, ayúdame. Bien. Ahora, tenemos que separar las tres mejores láminas que podamos encontrar y llevárselas a nuestro herrero para que las una en caliente, dejando en el centro un núcleo duro que debe sobresalir un poco para que podamos acoplar la empuñadura. Además, será el propio herrero el que se encargue de pulir la hoja y hacer las acanaladuras necesarias para quitarle peso a la espada.

Ahora ya tienes entere tus manos lo que, tras un par de ajustes, se convertirá en una falcata. Vamos al río.

Coge la espada por la empuñadura y colócatela sobre las piernas. Muy bien, justo así. Ahora, moja la hoja con un poco de agua y empieza a pasar la piedra de afilar. Eso es, despacio.
¿Ya? Pues nada, vamos a ponerle el pomo. ¿Qué te parece este? Empuñadura de hierro con las cachas de hueso, para que no resbale al golpear. Vale, ya está listo. Ahora vuelve a afilar la espada y asegúrate de que sea capaz de superar las pruebas.

¿Has terminado? Bien. Antes de considerar la falcata como un arma digna de entrar en combate, debe superar dos pruebas. La primera consiste en lo siguiente: coloca la empuñadura sobre tu hombro derecho y, sin alzar el pomo, dobla la hoja por encima de tu cabeza hasta que toque tu hombro izquierdo. Tira un poco más, sin miedo. Si la hoja es suficientemente flexible debería superar la prueba sin problemas.

Vale. Muy bien. Ahora vamos con la segunda prueba.

Lo que tienes que hacer ahora es... bueno, ¿ves ese buey de ahí? ¿Sí? Pues le tienes que cortar la cabeza en menos de tres golpes. Si has afilado bien tu falcata, el hierro debería cortar la carne y los tendones con facilidad. El problema se puede presentar a la hora de partir la columna vertebral, pero bueno, eso ya depende de tu fuerza.

¡Bien! Tu falcata ha superado las pruebas. Ahora ponte un casco y empieza a matar romanos. ¿Qué? No pensarías que te ibas a librar, ¿verdad?

martes, 5 de julio de 2011

El ángel de Plaszow

Hoy vamos a intentar honrar la memoria de un hombre que lo dio todo por sus semejantes, de una figura bien conocida por todos gracias a la magia del cine: Oskar Schindler.

Oskar Schindler
Schindler nacía Svitavy (actual República Checa) el día 28 de abril de 1908, en el seno de una familia rica de comerciantes que mantenía importantes relaciones de negocio y amistad con numerosas familias judías. Oskar Schindler vivió en sus propias carnes las dificultades de las posguerrra tras la I Guerra Mundial y de la Gran Depresión producida en 1929 pero, gracias a su capacidad de adaptación, consiguió salir adelante al afiliarse por sus propios intereses al partido nazi en 1930.

Gracias a sus conocimientos de las familias de negocios judías en Polonia, Schindler pronto fue reclutado como informador por las SS lo que, unido a su afición por las fiestas, su inagotable capacidad para proveer a los oficiales de mujeres y sus activos contactos en el mercado negro, pronto le sirvió para labrarse una reputación entre los altos mandos.
Oskar Schindler, ya plenamente integrado en la estructura de las SS, ve en la invasión de Polonia una oportunidad de medrar en el mundo empresarial así que, en 1939, compra una fábrica de ollas en Cracovia y la reestructura para producir utensilios de campaña destinados a abastecer a la Wehrmacht... pero la mano de obra alemana es cara.

Es a partir de este momento cuando Schindler empieza a utilizar sus contactos. Como primera medida, habla con Amon Goeth (comandante del campo de concentración de Plaszow) para que desvíe alguno de los trenes que debían partir de su campo con destino a Auschwitz o a Treblinka.

Stern con Schindler
En estas negociaciones, Oskar Schindler logra que Goeth le "alquile" a un habilidoso contable judío llamado Itzhak Stern quien, en una segunda fase, consigue ampliar el arrendamiento a un número que oscilaba en torno a los 300 operarios judíos que trabajaban por el día en la fábrica de Schindler y volvían por la noche al campo de Plaszow custodiados por guardianes de las SS.
Nuestro protagonista debía pagar, además de la cuota de arrendamiento, un porcentaje de los beneficios como tributo directo para Amon Goeth pero, aún así, el era un negocio redondo: los judíos no cobraban, no había que alimentarles (ya comerían en el campo) y, además, se esforzaban enormemente en su trabajo, pues eran conscientes de que su vida dependía de ello.

Pero Oskar Schindler, pese a su falta de escrúpulos para los negocios, era también un hombre de honor.

Gracias a la relación diaria en la fábrica, el hombre de negocios empieza a entender por fin que los judíos no están siemdo simplemente explotados como mano de obra esclava sino que, además, están siendo sistemáticamente exterminados.
La gota que colma el vaso llega con la represión del gueto de Cracovia, de la que Schindler es testigo directo y gracias a la cual comienza intensificar las negociaciones con Goeth. Con la excusa de ampliar el negocio, Schindler empieza a pagar al comandante una cantidad determinada por cada judío que emplease en su fábrica: Stern apuntaba el nombre en una lista, Schindler pagaba y Goeth enviaba al operario.

Amon Goeth
A estas alturas de la guerra, el negocio de los utensilios de campaña ya no es rentable para la Wehrmacht y Schindler se ve forzado a cambiar una vez más el rumbo del negocio y su fábrica empieza a elaborar cápsulas y proyectiles de artillería para poder seguir justificando las peticiones de trabajadores al campo de Plaszow... pero, en esta nueva etapa de su vida, Schindler ordena que un porcentaje de las cápsulas tuvieran defectos de fabricación que no fueran evidentes pero que limitaran su uso.

A finales de 1944, Oskar Schindler había sacado de Plaszow a más de 1200 judíos, quedando prácticamente en bancarrota.

Esta es la historia de un hombre que, si bien no fue siempre por el camino recto, fue capaz de aprender de sus errores y de rectificar en el momento justo, adaptándose a la situación y dando hasta la última moneda de su fortuna tratando de arrancar a sus semejantes de las garras de la muerte.

viernes, 1 de julio de 2011

Alesia, la firma de Julio César

Estamos en el caluroso verano del año 52 a.C. Las tribus galas que habían sido conquistadas seis años atrás se han revelado contra las ágilas romanas aniquilando a la decimotercera legión y eligiendo como líder a un bárbaro llamado Vercingétorix que, con un ejército de casi 300.000 hombres, ha mantenido numerosas escaramuzas con las legiones de Julio César.

Julio César
Finalmente el aún gobernador romano de las galias consigue vencer en varias ocasiones a la coalición de tribus bárbaras por lo que, en septiembre de ese mismo año, las tropas comandadas por Vercingétorix buscan refugio en la fortaleza de Alesia y se preparan para afrontar el que, sin duda, será un duro invierno.

En el mes de septiembre del año 52 a.C., Julio César llega a las puertas de Alesia y empieza a estudiar la situación.

La fortaleza está bien plantada en la cima de una colina rodeada de valles y ríos, por lo que un ataque frontal queda descartado de inmediato. Por otra parte, la ciudad fortificada tiene que soportar la manutención de los 80.000 soldados que se han refugiado en ella además de la de sus 250.000 habitantes habituales. De esta manera, César decide que la mejor manera de afrontar la situación consiste en establecer un asedio que obligue a los galos a rendirse por hambre, pero no cuenta con efectivos suficientes para establecer un cerco así que... ¿cómo se puede asediar una ciudad sin tener suficientes soldados?

Los zapadores romanos empiezan a trabajar y rodean el perímetro de la ciudad con dos fosos de cuatro metros y medio de ancho que llenan de agua desviando el curso de los ríos. Acto seguido, minan un terreno tras los fosos con trampas y zanjas que deben dificultar el avance de la infantería gala e imposibilitar por completo las embestidas de la caballería. Por último, levantan un muro de 18 kilómetros de longitud y 4 metros de altura que rodea la ciudad de Alesia estableciendo torres equipadas con artillería espaciadas regularmente a lo largo de la fortificación.
En un tiempo récord de tres semanas, la ciudad gala se ha convertido en una trampa hermética que rechaza uno tras otro los numerosos intentos de romper el cerco por parte de las tropas de Vercingétorix.

Cerco de Alesia
Pero no todo iba a ser tan fácil para César. Una sección de la caballería gala consigue escapar justo antes de la finalización de los trabajos y, cuando se entera de la grieta que se ha producido en su impenetrable sistema, el gobernador muestra su genio una vez más y ordena construir una segunda línea de fortificaciones de 21 kilómetros de perímetro alrededor de sus propios campamentos.

Cuando a finales de septiembre la hueste gala de Comio, rey de los atrebates, llega en auxilio de Alesia, se encuentran con los romanos cómodamente intalados entre dos muros de cuatro metros de altura mientras en la ciudad la situación comienza a ser desesperada.

Comio ataca las murallas exteriores y Vercingétorix, viendo el movimiento romano hacia el segundo perímetro, ordena secundar la ofensiva atacando las fortificaciones interiores... pero las zanjas romanas hacen su trabajo y lo que debía haber sido un ataque sorpresa se convierte en un ataque desordenado y tardío.
Las legiones consiguen mantener la posición y expulsan a los galos pero, el día 2 de octubre, las tropas de refuerzo lanzan una ofensiva de 60.000 hombres contra un punto débil que los exploradores galos han descubierto en el muro de César. Al mismo tiempo, Vercingétorix emprende una nueva salida desesperada en la que ataca el muro interior desde todos los ángulos.
Julio César se ve rodeado y divide a sus tropas a lo largo de todo el perímetro, enviando a la caballería de Labieno a defender la zona más comprometida: la brecha en la muralla exterior.

Rendición de Vercingétorix
La lucha se prolonga durante horas hasta que finalmente, tras un alto coste en vidas por uno y otro bando, los legionarios romanos consiguen repeler el ataque procedente de Alesia y César se ve forzado una vez más a tirar de casta tomando la tercera decisión clave sólo durante este asedio: toma bajo su mando directo a 13 cohortes de caballería (alrededor de 6.000 hombres) y cabalga encabezando la contraofensiva que habría de liberar la posición defendida por Labieno.
La línea de caballería que defiende la brecha se ha convertido ya en un amasijo de sodados agotados e incapaces de soportar por más tiempo el empuje de la horda gala pero, cuando ven acudir en su auxilio a 6.000 équites encabezados por el mismísimo César, sus esfuerzos se redoblan y entre todos consiguen poner en fuga a una tropa de caballería casi diez veces superior en número a la suya.

Ante esta muestra de tesón y valor por parte de las legiones romanas, Vercingétorix no puede hacer otra cosa que rendirse. Sus súbditos se mueren de hambre y César no va a levantar el cerco por lo que, al día siguiente, el caudillo galo abandona la protección de Alesia y depone las armas ante el gran hombre de roma.