viernes, 26 de agosto de 2011

Arminio y la batalla de Teutoburgo

Cerca de los primeros años de la era cristiana, las fronteras del Imperio Romano abarcaban ya buena parte de la que sería su máxima extensión. La ciudad eterna cuenta con más de un millón de habitantes y una tercera parte de la humanidad habla, piensa y vive en clave romana... pero nada de esto es suficiente para el flamante primer emperador de Roma. 
Tanto Hispania como las Galias han sido pacificadas hace tiempo, así que las legiones necesitan un nuevo objetivo. César Augusto fija su vista en el norte de Europa y las águilas cruzan el Rin exterminando a las sorprendidas tribus nativas que defienden sus márgenes.

César Augusto
Las tropas romanas ascienden por la orilla derecha del gran río y establecen su dominio sobre la Westfalia alemana, en el territorio de los queruscos. En un principio, los pobladores originales de estas tierras no vieron con malos ojos la ocupación romana (siempre y cuando se les permitiera conservar su libertad e indiosincrasia propias), pero la pésima gestión de Publio Quintilio Varo, gobernador romano de la zona, hizo que pronto empezaran a cansarse del dominio imperial.
En esta situación límite, con la corrupción campando a sus anchas y los impuestos disparados hasta límites casi ridículos, surge entre los queruscos la figura de un hombre que dejaría su huella en la historia: Arminio.

Primogénito de Segimero, el anterior jefe de los queruscos, Arminio fue tomado como rehén amistoso durante la primera embestida imperial sobre Germania y llevado a Roma... pero los ideólogos del Imperio cometieron con Arminio el mismo error que repetirían años más tarde con gente como Alarico o el mismísimo Atila: educaron a su rehén en las costumbres latinas, tanto civiles como militares.
Con apenas 20 años, Arminio ya comandaba destacamentos de queruscos y servía como auxiliar romano en las guerras panonianas. Tal fue su grado de brillantez y de adaptación que le fue otorgada la ciudadanía romana antes de ser destinado, en el año 7 d.C., a la Germania ocupada.
Se cuenta que trabó una gran amistad con Varo, llegando a convertirse en su comandante predilecto... pero Arminio no le debía lealtad a los romanos y, apreciando en toda su magnitud el yugo que el gobernador estaba apretando cada vez más sobre las que debían ser sus tierras, pronto empieza a tramar un complot contra el Imperio.

Arminio
Golpeado de lleno por la corrupción y asqueado por las prácticas de Varo, Arminio abandona la disciplina romana y se pone al frente de sus queruscos en su declaración de rebeldía. Tan sólo tres tribus más se unen a la sedición pero, aún con eso, Arminio consigue reunir un número de efectivos similar al de los romanos (aunque algunas fuentes hablan de un ejército significativamente más pequeño).
Las cifras hablan de unos 24.000 hombres en el bando romano, sumando a las tres legiones de Varo un número importante de auxiliares tanto de infantería como de caballería. Estos serán los que se enfrentarán a los germanos en Teutoburgo.

Como excomandante de tropas auxiliares, Arminio es perfectamente consciente de que una batalla campal supondría un suicidio casi seguro para sus queruscos, así que plantea su estrategia con paciencia y espera hasta el otoño del año 9 d.C.
En septiembre, las primeras lluvias empiezan a caer y Varo pone en movimiento a su inmensa columna para pasar el invierno al oeste de la provincia. Para llegar allí, las tropas romanas deben atravesar el impenetrable bosque de Teutoburgo... y Arminio lo sabe. Los queruscos apostan un soldado tras cada árbol y un sinfín de arqueros y honderos en  las copas de los árboles.

El día 9 de septiembre del año 9 d.C., la columna de Varo entra en el bosque de Teutoburgo bajo una intensa lluvia que atenúa todos los sonidos.

Esquema de la batalla
Los queruscos esperan a que toda la columna se interne en la espesura antes de lanzar el primer ataque. Un grito de Arminio y el bosque se transforma en un infierno: primero, los arqueros y honderos queruscos provocan una carnicería entre las legiones de Varo dejando caer sobre sus cabezas un auténtico diluvio de flechas y piedras. Segundos después, soldados espada en mano salen de detrás de cada árbol y se abalanzan contra los flancos de la columna romana, obligando a los legionarios a replegarse hacia el centro y a presentar, de esta manera, un blanco aún más claro para los arqueros.
A pesar de la masacre que se está perpetrando entre sus miembros, algunos de los legionarios más curtidos consiguen establecer una formación y emprenden una retirada ordenada (protegiendo a Varo y a sus comandantes) gracias a la que logran salir de aquel infierno verde y establecer un campamento semi-fortificado a las afueras del bosque.
Rodeados de queruscos por todos los flancos, los romanos se atrincheran, preparándose para defender su improvisado refugio de una segunda embestida bárbara; pero las tropas de Arminio han saciado por el momento su sed de sangre y se limitan a despojar de armas e impedimenta los cuerpos de los caídos. Los queruscos están agotados... pero los romanos lo están aún más y la cifra de bajas entre sus filas asciende a cifras escalofriantes. La retirada debe esperar un día más.

Al romper el alba, los resto del ejército de Varo se ponen en movimiento con las tropas queruscas pisándoles los talones. Los lanceros, arqueros y honderos hostigan constantemente los flacos de la columna pero, aún así, los romanos consiguen aguantar durante dos días de extenuante marcha que deja el camino sembrado de cadáveres.
Representación de soldados romanos
El tercer día, Arminio cae con todas sus fuerzas sobre la más que mermada guarnición romana. Varo y sus comandantes toman la determinación de no dejarse coger vivos, así que empuñan sus gladius y se lanzan sobre la hoja, dejando a los hombres a los que deberían liderar en total desamparo. 
Los soldados veteranos luchan hasta el último aliento pero los legionarios "de nuevo cuño", desconocedores de las leyes germánicas de la guerra, sueltan sus armas e intentan rendirse. Los queruscos no contemplan la rendición como una posibilidad, de modo que los romanos que se dan por vencidos son inmediatamente pasados a cuchillo.

Se estima que, durante aquellos tres días, 7.000 queruscos murieron en las inmediaciones del bosque de Teutoburgo. De los 24.000 romanos dirigidos por Varo, sólo 1.000 consiguieron escapar con vida.

De la vida posterior de Arminio, sabemos que fue denostado por su propia gente, quienes creían que Teutoburgo y sus consecuencias suponían un insulto demasiado grande para la nación más poderosa del mundo y que  Roma no tardaría en emprender contra ellos una terrible venganza. Lo intentaron.
La siguente vez que Arminio cruzó espadas con los romanos, seis años después de Teutoburgo, lo hizo ya no contra 24.000 hombres, sino contra un contingente cercano a los 80.000... y resistió el envite.
El comandante de las fuerzas romanas fue declarado vencedor por los historiadores latinos y conocido desde aquel momento como Julio César Germánico, pero lo cierto es que los romanos nunca volvieron a cruzar el Rin.

César Germánico
Años antes de esta incursión, una princesa de otra tribu llamada Thusnelda se fugó con Arminio y se casó en secreto con él en contra de los deseos de su padre.
Germánico no consiguió vencer al caudillo de los queruscos, pero sí que consiguió trabar una alianza con Segestes (padre de Thusnelda) mediante la que la esposa embarazada de Arminio fue entregada a Roma.
Arminio murió asesinado por Segestes y sus aliados mientras que Thusnelda fue exhibida en las calles de la capital del Imperio. Por otro lado, Tumélico (nacido en cautiverio en Roma de la semila de Arminio) fue formado como gladiador y murió antes de cumplir los 30 años en uno de sus combates.

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