martes, 14 de febrero de 2012

Camboya, año cero

Abril del año 1.975. El partido democrático de Camboya (más conocido como los Jemeres Rojos) acaba de llegar al poder y la gente se agolpa en Phnom Penh para asistir al discurso de investidura de Pol Pot.
El líder de los comunistas camboyanos promulga un maoísmo llevado al extremo: todo vestigio del pasado debe desaparecer para dejar paso a la nueva Camboya libre y dueña de su propio destino. Es el inicio de una nueva edad dorada para el país asiático... o debería haberlo sido, pues ya se sabe que cualquier ideología llevada al extremo acaba degenerando invariablemente en algo que no se parece en nada a la idea original.

Pol Pot
El nuevo gobierno empieza a extender su radicalismo suprimiendo la moneda, las escuelas, el mercado, la literatura, el arte, las religiones... y los núcleos de población urbanos. Esta dictadura del campesinado estipula que todos los habitantes de las ciudades son considerados, per se, enemigos del régimen y que, por lo tanto, deben ser exterminados del mismo modo en que deben serlo los intelectuales (o todo aquel que se asemeje vagamente a uno).
De esta manera, los Jemeres Rojos evitan cualquier conato de pensamiento propio y, para completar la transformación, cierran las fronteras aislando el país de toda influencia extranjera y, por lo tanto, enemiga.
Las antiguas escuelas son rápidamente reconvertidas en prisiones políticas que, sabiendo la paranoia que afecta a todos los dictadores, están atestadas... mientras la comunidad internacional calla y consiente.

El día 17 de abril, los habitantes de las ciudades son obligados a trasladarse al campo. La mudanza masiva implica a dos mil millones de personas que son obligadas a caminar centenares de kilómetros hasta los destinos que les han sido asignados.
Columnas interminables de urbanitas abandonan sus lugares de origen flanqueadas por regimientos enteros de soldados fieles al régimen y que, además, padecen una "enfermedad" que suele afectar a todos los brazos armados de dictaduras afines a un signo político u otro: son de gatillo fácil.
Los enfermos son obligados a salir precipitadamente de las camas en las que se encuentran hospitalizados, coger lo poco que puedan llevar con ellos y unirse a las columnas de deportación. A aquellos que estaban tan enfermos como para no poder salir del hospital por sus propios medios se les aplicaba una medicina que no falla nunca: el balazo en la nuca.
Mapa de Camboya hecho con cráneos
Lógicamente, la gente no abandona sus casas de buen grado, pero los que se quejan son fusilados inmediatamente delante de sus familiares y vecinos, que miran al suelo y lloran la pérdida en silencio por miedo a sufrir el mismo destino o uno peor: visitar una de aquellas antiguas escuelas de las que, según se decía, nadie volvía a salir... con vida.
Los Jemeres Rojos no eran estúpidos y sabían que las rebeliones urbanas podían reproducirse en el campo, pero Pol Pot lo tenía todo planeado: los habitantes de las ciudades fueron reubicados en el campo de manera que cualquier retazo de arraigo familiar o territorial les fuera arrancado de raíz. Los matrimonios fueron disueltos de modo que el marido era enviado a un sitio, la mujer a la punta contraria del país y los hijos... bueno, con los hacían cosas peores.

El éxodo masivo había sido completado en tiempo récord y había llegado la hora de buscar al peor enemigo de todos: aquel que cobija en el propio partido para favorecer los intereses del "demonio extranjero". En este momento, los Jemeres Rojos crearon centros de reclusión por todo el país y empezaron a llenarlos de gente que había cometido crímenes tan horrendos como llevar gafas, tener un título universitario, saber un idioma extranjero o haber trabajado en una oficina antes del auge del partido democrático.
Una vez allí, los acusados eran torturados hasta que confesaban crímenes que, obviamente, no habían cometido. En base a esta confesión obtenida bajo métodos de tortura de los más imaginativos, los Jemeres Rojos quedaban legitimados (o eso pensaban ellos) para ejecutar al detenido, a toda su familia y a sus amigos más cercanos.
El más célebre de estos campos es el de Tuol Sleng. 20.000 personas entraron a este campo entre 1.975 y 1.979; tan sólo 7 de ellas salieron con vida.

Reglamento de Tuol Sleng
Las estimaciones de víctimas de la época variaban significativamente según el bando que las emitiera: mientras que la CIA hablaba de entre 50.000 y 100.000 muertos, el gobierno vietnamita elevaba esta cifra de bajas hasta los 3.000.000.
Investigaciones posteriores han demostrado que los vietnamitas no iban muy desencaminados: en tan sólo 4 años 700.000 personas murieron de hambre y enfermedades, entre 400.000 y 600.000 fueron ejecutadas (oficialmente), 400.000 fallecieron durante los traslados de los que hemos hablado antes y otras 300.000 lo hicieron por causas poco claras. Esto deja un escalofriante balance total de dos millones de muertos. Dos millones de personas fallecidas en tan sólo cuatro años mientras la comunidad internacional callaba y miraba desde sus butacas de primera fila.

El régimen de Pol Pot llegó a su fin en 1.979, tras el intento de invasión de Vietnam por parte de los Estados Unidos. Los dirigentes de aquella masacre no han sido juzgados por sus crímenes.
El partido de los Jemeres Rojos pervivió bajo el nombre de Kampuchea Democrática hasta el año 1.999 cuando la comunidad internacional se hizo eco de la verdadera magnitud de la tragedia y empezó a hacer débiles intentos por llevar a sus responsables ante un tribunal... pero ya era demasiado tarde. Pol Pot había muerto en 1.998 y el gobierno Camboyano, responsable último de la celebración del juicio, se negaba a aceptar la intervención de un tribulan internacional. ¿La razón? La mayor parte de los altos cargos gubernamentales habían apoyado a los Jemeres Rojos en su periodo de apogeo y, después de 1.979, se habían ido integrando en las instituciones.
El juicio, celebrado finalmente en el año 2.009 sólo afectó a dos antiguos Jemeres: Khaing Khek Iev (responsable del centro de Tuol Sleng) y Chhit Choeun (último comandante de la guerrilla jemer). El resto, como suele suceder en estos casos, se fueron "de rositas".

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