viernes, 3 de febrero de 2012

La leyenda de los 47 rōnin

Para la entrada de hoy, dejaremos volar nuestra imaginación hasta el misterioso Japón del año 1.701. El honor es la única moneda válida y los guerreros samurai, lejos ya de las sangrientas guerras de siglos anteriores, buscan su sitio en la nueva sociedad sin olvidar las enseñanzas del Bushidō, su código de conducta. Es en este contexto en el que se produce el Incidente de Akō, nombre por el que se conoce en Japón a la historia de los 47 rōnin.

2 de los 47 rōnin
Cuenta la leyenda que un pequeño noble llamado Asano Takumi fue ascendido por su shōgun (su señor natural) a la categoría de daimyō y que le fue encomendada la tarea de recibir y entretener en nombre de su shōgun a los enviados de la familia imperial.
Asano se tomó el trabajo en serio, pero las estrictas cuestiones de protocolo imperantes en la corte nipona excedían sus conocimientos, por lo que le fue asignado un maestro llamado Kira Kozukenosuke para que le instruyera en esas lides.
Kira despreciaba a Asano y, por más que su discípulo se esforzase en aprender todas las normas de etiqueta, Kira disfrutaba enormemente humillándolo. Primero llegaron los pequeños desplantes; luego la cosa fue a mayores y estos se convirtieron en reproches insloentes ante numerosos testigos. La gota que colmó el vaso llegó en el palacio del shōgun.

En una reunión en la que estaban presentes maestro y discípulo, Kira insultó gravemente a Asano en presencia del shōgun y este, incapaz de soportar más humillaciones, desenvainó su daga y la blandió contra Kira, saldándose el ataque con un profundo corte en la frente del maestro y con el discípulo arrestado por los guardias del shōgun.
Empuñar un arma con ira contra un semejante estaba terminantemente prohibido, pero hacerlo en el palacio del shōgun constituía una afrenta personal contra este, por lo que Asano fue condenado a muerte, dejándole un leve resquicio para una muerte honrosa mediante el seppuku (o harakiri), del que ya hablaremos en otra ocasión.
Asano, como hombre de honor que era, aceptó su destino y se suicidó arrepintiéndose de una sola cosa: no haber matado a Kira cuando tuvo ocasión de hacerlo.

Lápidas de los 47 rōnin
Las noticias del destino sufrido por su patrón llegaron hasta los samurais que servían bajo las órdenes de Asano. La revelación de que a partir de ese momento se habían convertido en rōnin (guerreros sin señor) cayó como una losa sobre el grupo.
Algunos de los antiguos samurais decidieron lanzarse a los caminos en busca de otro señor al que servir. Otros, simplemente, se dejaron ir y acabaron sus días como mendigos o ladrones; pero hubo un grupo que decidió vengar la memoria de su daimyō.

Los 47 rōnin más fieles a Asano planearon su venganza con una eficacia escalofriante. Sabían que Kira estaría protegido constantemente por la guardia que le había puesto el shōgun y que el antiguo preceptor de su señor no asomaría la nariz más allá de las murallas de su fortaleza.
Además, tenían fundadas sospechas de que Kira había sembrado los caminos de espías que seguirían todos los movimientos de cada uno de los 47 rōnin.
Por esta razón, los antiguos samurais se mezclaron con el vulgo, convirtiéndose en mendigos, borrachos y bronquistas tabernarios de la peor calaña... pero no erasuficiente.
Viendo la estrecha vigilancia a la que Kira les tenía sometidos, los rōnin decidieron tomar medidas más drásticas: abandonaron a sus mujeres y a sus hijos, se convirtieron en clientela fiel de los peores antros de todo Japón e incluso se mudaron, dispersándose a los cuatro vientos y llevándose con ellos a los espías de Kira, que cada vez tenían más dificultades para hacer llegar sus informes al antiguo maestro.

El líder de los rōnin era un guerrero llamado Oishi, que se mudó a Kioto y se convirtió en el borracho más desharrapado de la cuidad.
Dado que era el jefe de la antigua guardia de Asano, Oishi era también el rōninmás vigilado por los hombres de Kira, por eso no es de extrañar que cuando salió de una taberna tan borracho que se quedó dormido en mitad de la calle soportando los desprecios de la gente que le escupía y le golpeaba la cara, los espías mandasen a su señor el mensaje de que los antiguos guardianes de Asano habían tocado fondo y se habían convertido en unos estúpidos inofensivos... este era el momento que Oishi llevaba esperando un largo año. Kira había bajado la guardia; había llegado la hora de la venganza.

Asalto a la mansión de Kira
El grupo volvió a reunirse a finales del año 1.702 y, tras armarse convenientemente, asaltó la residencia de Kira. Durante el periodo de planificación de la venganza, uno de los antiguos servidores de Asano había llegado a casarse con la hija del constructor de la casa de Kira con el único propósito de tener acceso a los planos.
Los rōnin estaban preparados, perfectamente armados y conocían cada rincón de la casa; la masacre no se hizo esperar.
Muchos de los guardias de la fortaleza cayeron muertos antes de darse cuenta de lo que estaba pasando, pero otros presentaron una decidida resistencia que le costó la vida a uno de los rōnin. Aún así, Kira fue hallado en los jardines del palacio y conducido a la presencia de Oishi, quien le tendío la daga con la que Asano se había practicado el seppuku y, con ella, la oportunidad de morir como un hombre de honor. Kira desestimó la oferta, por lo que fue decapitado con aquella misma daga .
Una vez llevado a cabo el trabajo sucio, los hombres de Oishi metieron la cabeza de Kira en un balde y la llevaron hasta Sengakuji, donde estaba enterrado su antiguo señor. Tras haber ofrendado a Asano la cabeza cortada de su ofensor, los 47 rōnin se entregaron a la justicia del shōgun.

700 soldados se desplazaron hasta Sengakuji para capturar a los rōnin, pero ni una sola gota de sangre fue derramada en aquella jornada. Los rōnin se entregaron pacíficamente y fueron conducidos ante el shōgun, quien dictó sentencia 47 días después. Los antiguos samurais habían caído en el delito de asesinato pero, puesto que lo habían hecho para honrar la memoria de su señor y les había guiado la lealtad en lugar de la ira, tenían derecho a morir como lo había hecho su daimyō: conservando el honor mediante el ritual del seppuku. Los rōnin no lo dudaron. Sacando sus dagas, se fueron suicidando uno a uno.
Fueron enterrados en Sengakuji, junto a la sepultura de su señor y aún a día de hoy los japoneses llevan incienso para honrar la memoria de los mayores paradigmas del honor y la fidelidad que ha dado su historia.


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