miércoles, 16 de mayo de 2012

Educación espartana

En este mismo blog ya hablamos en su día de los hoplitas como la mejor infantería de la antigua Grecia. La entrada de hoy va a tratar sobre la élite de esta élite y, por lo tanto, sobre como se forjaba el carácter de los hoplitas espartanos.

Para entender la mentalidad espartana, lo primero que debemos saber es que en Esparta el conjunto primaba siempre por encima del individuo. Así, la "educación" de un niño espartano comenzaba con su nacimiento: la matrona entregaba al recién nacido a una comisión de ancianos que debía examinarlo en el senado de la ciudad. Si el niño era considerado robusto y bello (según los cánones imperantes en la época) pasaba a formar parte de la sociedad espartana; si, por el contrario, tenía algún defecto físico o psíquico, se le consideraba como una boca improductiva y era despeñado por las laderas barrancosas del monte Taigeto.

Ruinas de Esparta
Las madres esperaban ansiosas el resultado del examen con la esperanza de que fuera positivo... pero no por amor a sus hijos, sino porque habían sido educadas desde niñas en la creencia de que su deber era engendrar hijos fuertes y "perfectos" que contribuyeran a acrecentar la gloria de Esparta. Por este motivo, si el dictamen era negativo, esas mismas madres apretaban los dientes, bajaban la cabeza avergonzadas por lo que consideraban una deshonra y se preparaban para otorgar un nuevo vástago a su gloriosa patria.

Partiendo de esta base, no es necesario explicar el por qué de que la palabra Esparta sea tradicionalmente asociada a la dureza. Estos métodos y los que vamos a referir a continuación convirtieron a aquella pequeña ciudad estado en una sociedad permanentemente militarizada capaz de criar élites entre la élite, pero cuya población iba en continuo descenso, pues no todos eran dignos de ser llamados espartanos.

Si el recién nacido era considerado válido, el consejo de ancianos lo ponía en manos de una nodriza que se encargaría de su educación hasta que cumpliera los 7 años. El niño aún no era considerado un  espartano de pleno derecho, pero se le permitía vagar libre por la ciudad bajo la atenta mirada de la nodriza que le hubiera tocado en suerte, que se encargaba de curtir al niño en sus primeros años de vida.

Durante esta primera etapa del desarrollo, el niño era obligado a permanecer absolutamente solo durante largos periodos de tiempo en espacios oscuros. Todo rastro de miedo debía desaparecer y el comportamiento del niño debía ser sobrio en todo momento, por lo que no se le permitían caprichos ni rabietas de ningún tipo.

Este "pre-entrenamiento" se completaba bañando al infante regularmente en cubas de vino enriquecido con drogas alucinógenas que penetraban en la piel y derivaban, en caso de naturalezas poco robustas, en convulsiones que provocaban la muerte del niño.

Al cumplir los 7 años, el niño espartano era rapado al cero, abandonaba su casa y pasaba a ser propiedad del Estado. Los niños eran integrados en unidades militares infantiles bajo la supervisión de un educador cuya misión era endurecer su cuerpo y su mente de cara al futuro. A esta edad aún se les permitía vestir una túnica suave, pero la mayor parte del tiempo estaban desnudos, descalzos y mugrientos.

Pasaban la mayor parte de su tiempo en el gimnasio, practicando variantes atléticas y de lucha. Las raciones de comida son claramente insuficientes, lo que obliga a los niños a afilar su ingenio para robar alimentos sin ser descubiertos pues, si lo eran, se les castigaba duramente (normalmente con palizas) no por el robo en sí mismo, sino por su torpeza a la hora de llevarlo a cabo.

A los 12 años, las cosas se complicaban un poco más. La vestimenta se reduce a un manto de lana basta al año y la formación empieza a incluir, además del atletismo y la lucha, disciplinas militares como la marcha en formación o el uso de las armas.

Los niños encuadrados en esta franja de edad iban descalzos día y noche tanto en invierno como en verano y dormían sobre un lecho de cañas que ellos mismos debían cortar sin hacer uso de ninguna herramienta. Los cuerpos y las mentes de estos infantes se endurecían al tiempo que sus manos se iban acostumbrando al peso de los enormes escudos redondos, las largas lanzas de fresno y las espadas.

Cuando cumplía los 15 años y si había sido capaz de superar las etapas anteriores, el niño pasaba a entrar en la categoría de los efebos y se le permitía dejarse crecer el pelo. Los entrenamientos anteriores  se endurecían  y se introducía el apaleamiento periódico como manera de enseñar a los futuros soldados a soportar el dolor.

Hoplita espartano
Estos rituales de apaleamiento seguían una serie de pautas establecidas: en primer lugar, el grupo de efebos era llevado al bosque, donde buscaban un arbol robusto al que ataban una cadena con un palo en uno de sus extremos. Uno de los efebos se agarraba al palo y dos de sus compañeros empezaban a azotarle con varas de bambú que le desgarraban la piel de espalda, torso y piernas hasta que desfallecía debido al dolor. En este momento, otros dos compañeros levantaban al caído y lo sujetaban mientras los dos primeros seguían azotándole hasta que el educador decidía detener el suplicio.

Estos apaleamientos tenían un triple objetivo: en primer lugar y como ya se ha dicho, enseñar a los efebos a soportar el dolor sin proferir un quejido; en segundo lugar, los "azotadores" aprendían a golpear sin detenerse ante el dolor ajeno y, por último, aquellos que alzaban al caído aprendían a respetar las órdenes dadas hasta las últimas consecuencias, imponiendo el criterio del superior sobre sus propios instintos.

A los 20 años de edad el efebo se convertía en un hombre, pero no sería un espartano de pleno derecho hasta convertirse en hoplita mediante la Krypteia.

Este ritual consistía en que los efebos que debían "graduarse" en ese año declaraban la guerra a los ilotas, los esclavos de Esparta. Desnudos, con la comida justa y armados tan sólo con un cuchillo, los efebos pasaban la noche escondidos en las montañas y, al alba, se lanzaban sobre las granjas para asesinar a los ilotas. Aquel que conseguía derramar la sangre de un esclavo era aclamado por sus compañeros y llevado casi en volandas hasta la ciudad, pues acababa de convertirse en un hombre.

Una vez de vuelta en Esparta, el nuevo hoplita era armado e iniciaba su servicio militar obligatorio, que se prolongaría hasta los 60 años, edad en la que se le permitía "jubilarse" y pasar a formar parte del senado de la ciudad. Pocos llegaban a esta edad, pero los que lo conseguían eran enormemente respetados por la comunidad espartana.

1 comentario:

  1. Interesante entrada. Creo que te faltan algunos datos en cuanto a la agogé. T edejo un artículo para completar https://gabrielrosselloblog.wordpress.com/2017/04/23/la-infancia-y-la-educacion-en-esparta/

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