miércoles, 8 de agosto de 2012

Colditz: el Oflag IVc

Construído en torno al año 1.083, el Castillo de Colditz es el monumento más emblemático de la Sajonia alemana no por haber servido como hospicio y hospital mental o como bastión del Sacro Imperio, sino por el uso que se le dio durante la II Guerra Mundial transformándolo en el campo de alta seguridad Oflag IVc, el primer y único campo alemán en el que los guardias superaban en número a los prisioneros.

Castillo de Colditz
El Oflag IVc fue reconvertido en una prisión de máxima seguridad reservada para oficiales y enemigos del pueblo considerados peligrosos por sus constantes intentos de fuga. Al estar poblado en su totalidad por "amigos del escapismo", la Wehrmacht dotó al Castillo de Colditz de un sinfín de medidas de seguridad que, junto a una inmensa dotación de carceleros, debían servir para mantener entre sus muros a los oficiales enemigos de alto rango capturados durante la II Guerra Mundial y para abortar cualquier posible intento de fuga. Las precauciones tomadas fueron tantas que incluso el propio Hermann Göring llegó a afirmar públicamente que Colditz era un bastión a prueba de fugas... pero las cosas no funcionaron exactamente como esperaba el líder de la Luftwaffe.
Como ya hemos dicho, el Oflag IVc era el más peculiar de los campos alemanes, pero no sólo por el número de guardias, sino por las características propias del encierro: en Colditz, la Convención de Ginebra se respetaba al pie de la letra, es decir, los intentos de fuga no eran castigados como en el resto de campos alemanes, en los que al huído le picaban el billete y echaban su cuerpo a una fosa, sino que se resolvían con un determinado periodo de tiempo en aislamiento. En segundo lugar, la dotación alemana estaba compuesta en su mayoría por veteranos de la I Guerra Mundial y muchachos que habían sido declarados no aptos para el frente; si a esto unimos que la Cruz Roja vigilaba de cerca en campo y que las raciones de los prisioneros eran, con mucha frecuencia, mejores que las de los carceleros, ya tenemos el terreno abonado para algunos de los intentos de fuga más ingeniosos e hilarantes de la historia.

Las fugas, al igual que la normativa del campo, también estaban reguladas por "pactos entre caballeros" mediante los que los prisioneros intercambiaban sus raciones con los guardias a cambio de que les permitieran salir a dar un paseo por el pueblo de Colditz bajo promesa de volver al castillo a una determinada hora e incluso se pactaba con los carceleros que herramientas se podrían utilizar y cuales no en los intentos de huída. La cosa llegaba a tal extremo que el teniente polaco Cenek Chaloupka tenía incluso una novia en el pueblo mientras que el oficial británico Pat Reid fue nombrado "oficial de fugas", una especie de intermediario entre presos que se encargaba de coordinar a las distintas nacionalidades del campo para que no estropeasen los intentos de huida de los demás.
Las tentativas de fuga eran constantes pero, aún así, los alemanes siguieron respetando escrupulosamente la norma de no dar boleto a ningún prisionero: durante todos los años de servicio del campo Oflag IVc sólo se produjo una muerte, la del teniente británico Michael Sinclair, que fue enterrado por los propios alemanes en el cementerio de Colditz metido en un ataúd cubierto con la bandera del Reino Unido en medio de una ceremonia militar con honores en la que se dispararon siete salvas.

El baile de huídas empezó con intentos frustrados en los que algunos prisioneros intentaron abandonar el castillo disfrazados de electricista, de mujer, de guarda o incluso caracterizados como el propio comandante del campo; pero el ingenio y la desvergüenza de los presos en materia de evasiones no había tocado techo aún. Baste decir a modo de ejemplo que los guardias recogieron tanto material para fugas que incluso organizaron un museo en el interior del campo en el que se encontraban, entre otros objetos igual de pintorescos, dos cabezas de arcilla esculpidas por prisioneros holandeses para sustituir a algunos de los fugados en los recuentos diarios que llevaba a cabo la Wehrmacht.

Castillo de Colditz
Otro intento de fuga se produjo cuando el oficial británico Peter Allan descubrió que los alemanes estaban trasladando colchones del castillo a otro campo. Sin perder un minuto, Allan vendió sus raciones a los guardias, se enfundó un uniforme de las Juventudes Hitlerianas, se llenó los bolsillos de marcos y se metió en un colchón que volvió a coser desde dentro. Los prisioneros franceses encargados de la mudanza notaron que uno de los colchones pesaba bastante más que el resto, pero como las fugas eran el pan nuestro de cada día lo cargaron con los demás y lo dejaron en una casa vacía del pueblo.
Unas horas después, Allan salió de su escondite y empezó a caminar por la carretera con la esperanza de alcanzar Polonia. Viendo su uniforme de las Juventudes Hitlerianas, un coche que pasaba por allí le recoge y el británico recorre 160 km sentado al lado de un oficial de las SS del que se despide en Viena, donde, tras nueve días, se queda sin dinero y decide entregarse para volver a Colditz.
Del mismo modo que lo hiciera Allan, dos oficiales polacos trataron de buscar su libertad descendiendo a rápel un muro de 36 metros con una cuerda hecha de sábanas... el problema es que, cuando llegaron al suelo, había un guardián alemán esperándoles para mandarles directos a aislamiento.

Al igual que en cualquier fuga que se precie, los túneles también tuvieron su parte de protagonismo en Colditz.
Uno de estos intentos corrió a cargo de los prisioneros británicos, quienes encontraron un pozo de mantenimiento oculto en el suelo del comedor que iba a parar al sistema de drenaje del castillo. Tras varios sobornos que valieron a los británicos sendas expediciones de exploración, estos decidieron que había que ampliar los túneles y se pusieron manos a la obra. Tres meses después, cuando el túnel había sido terminando, Pat Reid sobornó con 500 marcos a uno de los centinelas y se ocultó en el comedor cuando lo cerraron durante la noche para, un rato después, abrir la puerta desde dentro y dejar entrar a todos los prisioneros que habían sido seleccionados para la fuga. Los ingleses avanzaron por las alcantarillas hasta la salida tras las murallas del castillo... donde les estaban esperando los guardias alemanes; así que, viendo que habían sido descubiertos, Reid y los suyos estallaron en carcajadas y se entregaron gustosamente a sus carceleros.
Paralelamente un grupo de oficiales franceses llevaba a cabo un intento de fuga mediante túneles mucho más elaborado: en 1.940, los tenientes Cazaumayo y Paille consiguieron acceder a la torre del reloj (que se encontraba sellada) y descubrieron en su interior el hueco que había dejado un antiguo ascensor. Utilizando esta abertura, los franceses descendieron 35 metros hasta el nivel de los sótanos y, una vez allí, empezaron a excavar un túnel horizontal que debía llevarles más allá de las murallas del castillo.
Tras alcanzar los 4 metros, los prisioneros se encontraron con una pared de roca imposible de perforar, por lo que decidieron cavar en vertical para pasar por debajo del suelo de la capilla con una prolongación horizontal de 13 metros y medio. Para esta tarea, los franceses apuntalaron la estructutra con 7 vigas de roble de medio metro de ancho que cortaron con cuchillos de comer sustraídos a los alemanes.
Para cuando los guardianes empezaron a olerse la tostada, los oficiales franceses llevaban ya más de un año trabajando en su obra de ingeniería que, además de prolongarse durante 44 metros en horizontal a más de 8 metros por debajo del nivel del suelo, estaba alumbrado a intervalos regulares con luz eléctrica robada mediante empalmes de los cables de la capilla. Finalmente, el túnel fue descubierto por la guarnición alemana el 15 de enero de 1.942, cuando sólo faltaban 9 metros para su conclusión.

Túnel de la torre
A parte de los capturados en los túneles, 31 presos consiguieron escapar de Colditz durante la guerra, pero el intento más alocado se vió frenado por el fin de la misma.
Los pilotos Jack Best y Bill Goldfinch llegaron al Oflag IVc trasferidos desde otro campo y, nada más pisar el suelo de Colditz, empezaron a idear un sistema de huída: construyeron una pared falsa sobre el ático de la capilla y empezaron a trabajar en un planeador casero que les permitiera cruzar el río Mulde, 60 metros más abajo. El aparato estaba construído por tablillas de cama cubiertas de teja hervida en mijo para tapar los poros y dominado por una serie de cables eléctricos sustraídos de las dependencias que se encontraban fuera de uso. Best y Goldfinch llegaron incluso a trasladar a su taller clandestino varias mesas con las que improvisaron una pequeña pista de despegue pero el intento, como ya hemos dicho, quedó en agua de borrajas por la llegada de los aliados a Colditz.

Los constantes intentos de fuga llevaron a los alemanes a efectuar 4 recuentos diarios pero, aún así, los prisioneros encontraban tiempo para montar sus propios entretenimientos. En agosto de 1.941, los polacos organizaron las primeras olimpiadas del campo con pruebas de fútbol, voleibol, boxeo y ajedrez.
Además de esto, se organizaron también coros, orquestas e incluso bandas de guitarra, pero el pasatiempo preferido de los presos de todas las nacionalidades eran las representaciones teatrales, a las que se entregaban en cuerpo y alma llegando a estrenar una obra cada dos semanas.
Del mismo modo, los reclusos dedicaban gran parte de su tiempo a fabricar alcohol casero en alambiques ocultos por todo el campo, a aprender idiomas, a jugar al rugby o, simplemente, a fastidiar al los guardias trándoles excrementos y tratando de reventar los recuentos.

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