miércoles, 14 de noviembre de 2012

Camino a la libertad

La entrada de hoy trata sobre una de esas historias de superación personal que tanto nos gustan: la historia de Witold Glinski, un disidente polaco que, junto con un grupo de compañeros fugados de un gulag, desafió los límites de la resistencia humana en busca de la libertad.

Witold Glinski
Nuestro viaje comienza en la Polonia de los albores de la II Guerra Mundial. Por aquel entonces, el país de Witold estaba atrapado entre el innegable poderío de la Unión Soviética y la furia emergente del Tercer Reich... y a ninguno de estos dos poderes enfrentados les importaba un pimiento lo que pudieran pensar los polacos al respecto de su guerra encubierta, así que pactaron repartirse el país por zonas de influencia cayendo nuestro protagonista y su familia en la zona soviética.
La historia de Witold no habría sido muy distinta de haber sucedido en la Polonia "alemana": él, joven idealista que abominaba de la política imperialista, no estaba muy de acuerdo con el régimen de Stalin, así que la policía política soviética hizo su trabajo y le deportó a un campo de prisioneros en Siberia. Lo malo es que Witold era un chico listo y no le gustaba demasiado el ambiente frío que se vivía en el gulag, de modo que los 25 años de trabajos forzados a los que había sido condenado por disidencia no le parecían una perspectiva nada atractiva. Desde el mismo momento en el que puso los pies en el nevado terreno de Siberia, el joven polaco aprovechó su inteligencia para memorizar mapas y entablar relaciones de cierta confianza con los guardianes del campo. Del mismo modo, Witold Glinski supo esperar pacientemente a que se dieran las condiciones ideales para su fuga, que se produjo el 9 de abril de 1.941 en medio de una intensa tormenta de nieve.
Perfectamente consciente de que los guardias soviéticos no iban a abandonar sus barracones en medio de una ventisca como aquella, Witold corrió hacia la alambrada que marcaba los límites del campo aprovechando que la copiosa nevada cubría sus huellas. Una vez allí cavó rápidamente un pequeño túnel y se introdujo por debajo del alambre de espino para después correr hacia el bosque. Lo que nuestro protagonista no había tenido en cuenta era que, pese a que los guardias no habían advertido sus movimientos, otros presos sí que lo habían hecho y le habían seguido colándose por su túnel. Lo que un principio se había planeado como la fuga de un sólo hombre se transformó en cuestión de minutos en la carrera contra la muerte de siete prisioneros casi sin comida y nefastamente pertrechados.

Ruta seguida por el grupo
El destino del viaje era Mongolia, el país más cercano fuera de la órbita soviética. Con este punto final en mente, los reclusos se pusieron en camino desafiando al frío de la tundra hasta llegar al clima algo más benigno de la taiga. La primera etapa del viaje se prolongó durante meses hasta que los fugitivos llegaron a las orillas del lago Baikal dejando atrás los cadáveres de varios compañeros consumidos por el hambre y el frío. Allí encontraron a una joven polaca llamada Kristina Polansk, que había huído a los bosques cuando unos rusos habían matado a sus padres e intentado violarla. Witold la acogió inmediatamente bajo su protección: era una boca más que alimentar, sí, pero la frontera mongola estaba relativamente cerca y, casi con total seguridad, la chica moriría sin su ayuda.
Pese a las protestas del resto del grupo, Kristina se unió a la expedición y empezó a marchar con los fugitivos bordeando el lago Baikal hacia la línea del Transiberiano. La chica era de natural afable y pronto empezó a granjearse la amistad del grupo... pero las cosas nunca ocurren como uno desea: los pies de Kristina estaban plagados de numerosas heridas, pues había huído de los rusos descalza, y la gangrena empezaba a correr por sus piernas. Los componentes del grupo se turnaron para llevarla en una camilla hacia la libertad, pero el esfuerzo no fue suficiente y Kristina murió antes de alcanzar la tan asiada frontera. La muerte de la chica supuso un gran golpe para el ánimo de los fugitivos, pero no podían rendirse; no ahora que la línea del Transiberiano estaba casi al alcance de la mano.
Atravesando los bosques para no dejarse ver en las aldeas, el grupo alcanzó por fin la frontera con Mongolia y entró en el país que les garantizaría su libertad... o que debería habersela garantizado de no haberse convertido en un estado comunista satélite de la todopoderosa Unión Soviética. Rusia no era segura; Mongolia  tampoco... ¿ahora qué?

Después de que la soñada libertad se les escapase entre los dedos, el grupo de Witold estaba extenuado y con el ánimo por los suelos, pero habían iniciado un viaje sin retorno y la rendición suponía una muerte segura. Debían cruzar al siguiente país no comunista, India, y para ello debían atravesar China, que les planteaba dos obstáculos insuperables: el desierto de Gobi y la cordillera del Himalaya.

Witold Glinski en la actualidad
Con la abnegación de los que saben que no tienen otra opción, lo fugitivos que habían sobrevivido a las planicies heladas de Siberia empezaron a caminar por las dunas hirvientes del desierto. Al igual que allí les azotaban constantes ventiscas, aquí las tormentas de arena eran muy frecuentes y convertían su ya de por sí difícil huída en un tormento. Pornto, las provisiones que habían esquilmado en las orillas del lago Baikal empezaron a escasear y el agua empezó a convertirse en un bien más preciado que el oro.
En el corazón del desierto, las temperaturas cambian drásticamente en cuestión de horas pasando de los cerca de 40 grados bajo un sol de justicia a los -40 que contemplan las noches más frías de Gobi. Finalmente y con un par de bajas más a sus espaldas, el grupo consiguió alcanzar las estribaciones montañosas del Himalaya y, tras ellas, la frontera de La India, donde se entregaron en un puesto de guardia británico.

De los 7 miembros originales de la expedición (8 si contamos a Kristina), sólo Witold y 3 más habían conseguido alcanzar la libertad tras un viaje de 11 meses que había llevado a los aventureros a recorrer casi 7.000 kilómetros a pie.

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