miércoles, 9 de enero de 2013

Los sitios de Zaragoza (1 de 2)

La entrada de hoy nos lleva, una vez más, a aquellos años convulsos de la Guerra de Independencia española. El alzamiento del 2 de mayo en Madrid contra el dominio francés fue la chispa que prendió la pólvora revolucionaria de una nación que vivía bajo las suelas de Napoleón... pero Madrid no fue la única ciudad en presentar batalla. Vamos a dedicar unos minutos a repasar unos de los acontecimientos más representativos de aquella guerra: los sitios de Zaragoza.

José de Palafox
Los antecedentes que llevaron al alzamiento aragonés son los mismos que propiciaron la carnicería de Madrid, por lo que tomaremos como punto de inicio para nuestra historia la llegada a Zaragoza de las noticias de lo que había pasado en la capital.
En aquella españa de 1.808 en la que la gran mayoría de los españoles de a pie estaban más que hartos de la soldadesca francesa, la brutal represión de la revuelta madrileña sentó como una patada en salva sea la parte. Las ciudades empezaron a mostrar abiertamente su descontento llegando a producirse en Zaragoza un asalto en toda regla al Palacio de la Alfajería, cuartel de la guarnición de la ciudad, cuando el capitán de la misma se negó a armar a los civiles. El embate se saldó con el capitán encarcelado por afrancesado, la guarnición sublevada junto con sus conciudadanos y el pueblo alzado en armas; todo ello orquestado por José de Palafox, brigadier español prófugo de los franceses que había sido llamado a la ciudad al empezar el alzamiento.
En estas estábamos cuando el nuevo líder revolucionario decidió plantarse ante los gabachos y prolongar la sublevación más allá del asalto a la guanición. Ayudado por Antonio Sangenís (coronel de ingenieros), Palafox ordena la leva de tercios de voluntarios que son inmediatamente armados la Alfajería y la fortificación de la ciudad, que debe llevarse a cabo tan rápido como se pueda antes de que los franceses decidan contraatacar, cosa que sin duda harán más pronto que tarde.

Palafox no andaba desencaminado. Zaragoza era un punto vital para el aprovisionamiento de la fuerza de ocupación francesa, pues se encontraba en la encrucijada que unía Barcelona con Madrid y el País Vasco con Valencia, de modo que el 6 de junio de 1.808, 12 días después de la toma de la Aljafería,un ejército francés formado por 5.000 infantes respaldados por 3 escuadrones de caballería y 6 piezas de artillería se pone en camino desde Pamplona con orden de sofocar la rebeldía de aquel puñado de desarrapados que no superaban el número de 5.000 y que se habían puesto por voluntad propia bajo las órdenes de un prófugo como Palafox.

Palacio de la Aljafería
La tropa francesa avanza sin oposición hasta que el 12 de junio se encuentra en las inmediaciones de la localidad aragonesa de Alagón con un destacamento a las órdenes del hermano de Palafox. Los voluntarios están pobremente armados y carecen de instrucción militar, por lo que son escabechados rápidamente por los de Pamplona consiguiendo, pese a esto, retrasar el avance francés lo suficiente como para que, cuando el 15 de junio la columna gala se planta a las puertas de Zaragoza, esta ha sido fortificada (aunque pobremente) y el número de voluntarios asciende ya a 10.000.
Los cañonazos empiezan a medio día abriendo sendas brechas en las improvisadas murallas. Palafox ha huído con su plana mayor dejando a la ciudad huérfana de líder, pero los zaragozanos están decididos a resistir y nada ni nadie va a hacerles cambiar de idea. Los franceses se lanzan como lobos hacia las brechas confiando en que la resistencia sería mínima... no habían aprendido nada en Madrid sobre el precio de la arrogancia. Durante toda la tarde, los zaragozanos descargan artillería y fusilería contra los agujeros de la muralla practicando el tiro al gabacho. Sólo una columna de caballería es capaz de superar el bloqueo e internarse en la ciudad, pero la determinación aragonesa es grande y esconde un tirador tras cada esquina, por lo que la columna se ve mermada con cada paso que da hacia el corazón de la urbe hasta que, finalmente, un grupo de mujeres tira de las monturas a pedradas a los pocos que quedan para rematarlos a cuchilladas sobre el pavimento teñido de sangre. Los franceses, con el general de brigada Lefèvre a la cabeza, se retiran a toda prisa bajo una oleada de risas provenientes de las murallas. La tropa gala perdió en aquella jornada a 700 hombres y se vio forzada a huir en desbandada ante el escarnio general por culpa de la arrogancia de Lefèvre, que subestimó a los toscos habitantes de la capital aragonesa.

Durante los siguientes días, el ejército francés acordona la ciudad para cortar sus vías de suministros y la somete a bombardeo, pero las piezas de artillería son escasas y el cañoneo fracasa estepitosamente (nunca mejor dicho) dejando a los zaragozanos tiempo para reforzar sus defensas y construir nuevos parapetos. A todo esto Palafox, viendo la que se estaba liando en Zaragoza, reune un pequeño ejército y empieza a hostigar la retaguardia francesa llegando a combatir en algunas escaramuzas mientras los franceses se lanzaban una y otra vez contra las murallas de la cuidad siendo rechazados en todas las ocasiones.

Jean Antoine Verdier
El día 25 de junio, harto ya de la incompetencia de Lefèvre, el alto mando francés envía al general de división Jean Antoine Verdier con una importante cantidad de refuerzos para que se haga cargo del mando y solucione la papeleta de una vez por todas. Verdier, hombre versado en las artes de la guerra, toma los barrios que se encuentran extramuros de la ciudad y posiciona su artillería para intensificar un bombardeo que se prolonga hasta que, el día 2 de julio, el ejército francés lanza un ataque a gran escalasobre las castigadas posiciones españolas, que resisten con denuendo luchando a brazo partido para rechazar la nueva ofensiva. En este día irrumpe en la historia una de esas mujeres duras que contribuyen a dar forma a los mitos: Agustina de Aragón. El combate se estaba prolongando durante mucho tiempo y la tal Agustina decidió ir a llevarle algo de comida a su marido, que combatía en los parapetos. Cuando pasaba ante la puerta del Portillo, la mujer advirtió horrorizada que todos sus defensores habían caído en combate y que un batallón francés corría rumbo a la ciudad así que, lejos de dejarse llevar por el pánico, Agustina agarró la mecha candente que sostenía en las manos un español herido y prendió el cañón descargando una salva a bocajarro que le quitó a los franceses las ganas de volver a intentarlo y que, además, dio tiempo suficiente para que otros defensores llegasen a la puerta. Quiso la providencia que Palafox hubiera escogido también aquel día para volver a la ciudad con sus refuerzos, que acudieron en auxilio de los defensores rompiendo el cerco francés y barriendo las puertas desde fuera. Al final del día los franceses se batían en retirada. Zaragoza había resistido un día más.

Tomándose el sitio mucho más en serio esta vez, los franceses construyeron un puente de tablas para cruzar el Ebro y ampliar el cerco hacia el otro lado cortando la vía que comunicaba la ciudad con Barcelona. Las tropas de Verdier pasan el resto del mes de julio tratando de tomar los barrios extramuros de aquel lado, pero los defensores han aprendido la lección y obligan a los franceses a enzarzarse en una batalla sin final en la que deben tomar casa por casa pagando un precio altísimo en vidas por cada palmo de terreno. Aún así, la tropa gala consigue finalmente tomar los arrabales y emprende una última ofensiva cuyo comienzo queda fijado para el día 4 de agosto de 1.808. 
En aquella fecha y tras tres días de bombardeo ininterrumpido que consigue devastar partes enteras de la ciudad, el ejército invasor se abalanza en pleno contra las murallas aragonesas. Los españoles resisten derramando litros de sangre  sobre el suelo que pretenden defender, pero la ofensiva es nuevamente rechazada y los franceses se ven obligados una vez más a retirarse. En esa batalla, el propio general Verdier es herido de gravedad, lo que da el toque de gracia a la moral francesa al tener que tomar Lefèvre de nuevo el mando. El general de brigada mantiene el cerco establecido por Verdier, pero es incapaz de defenderlo correctamente y una salida de Palafox consigue atravesarlo trayendo a la ciudad víveres y refuerzos.

Resistencia de Zaragoza
Lo que debería haber sido un ataque fácil para sofocar una protesta de pueblerinos se había convertido en una pesadilla para Lefèvre, que estaba cagadito de miedo viendo la que se le venía encima tras la desastrosa derrota sufrida en Bailén aquel mismo mes de julio por las tropas de su colega el general Dupont. Los españoles se habían cansado de aguantar y habían decidido sacudirse de una vez por todas el yugo tricolor... mal asunto.
Con este percal, los zaragozanos deciden tomar la iniciativa y salen fusil en mano a recuperar lo que es suyo: en pocas horas toman los barrios extramuros de la ruta catalana dejando a los franceses aislados el sur del Ebro con su cerco roto. En la noche del 13 de agosto, Lefèvre ordenó levantar el cerco y poner pies en polvorosa rumbo a Pamplona con el hermano de Palafox pisándole los talones al mando de un destacamento que debía unirse a la junta revolucionaria de Navarra.
Entre tanto, los habitantes de Zaragoza se afanaban en reparar los parapetos y fortificaciones de la ciudad en previsión de un posible contraataque francés.
Lefèvre abandonó la capital aragonesa dejando tras de sí unos 3.500 cadáveres y 50 piezas de artillería. El bando zaragozano, por su parte, tuvo 2.000 bajas que sirvieron para sembrar la simiente revolucionaria en aquellos lugares de España que aún no se habían alzado contra el dominio napoleónico.

Aquellas 50 piezas de artillería recuperadas tras la batalla junto con los 8.000 fusiles que el gobierno británico envió a la ciudad (más que nada para meter el dedo en la llaga francesa) serían de capital importancia para el segundo sitio... pero esa es una historia que trataremos la semana que viene y que comienza con el mismísimo Napoleón cruzando los Pirineos para tratar de atajar la que se estaba liando en España.

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